miércoles, 22 de mayo de 2019

Los dos pesos de Emma


Por Antonio De Marcelo Esquivel

Emma buscó en su monedero y lo único que halló fueron sus llaves y dos pesos. Estaba cansada de no tener dinero, de ganar poco y no haber quien le ayudara con la niña; así que dispuesta a todo se dirigió al viejo ropero, con la luna rota, y sacó sus mejores galas, una falda corta, quizá corta en exceso, una blusa pegada que siempre le chuleaba el dueño de la casa donde rentaba.
Le hubiera gustado tener unas zapatillas altas, de esas que usan las mujeres de la calle, pero hacia mucho tiempo que no había calzado siquiera unos zapatos nuevos.
-En fin, se dijo, -que se le hace, se trabaja con lo que se tiene.
Para la ropa interior escogió unos calzones que no tenían hoyos, pues se dijo, ni modo que me desnude y lo primero que vean sean los chones todos balaceados.
Cuando se hubo puesto toda esa ropa, que más la hacía parecer indigente que callejera, empezó con el maquillaje, unas chapas, algo de sombra en los ojos y el carmín en los labios, porque ese debe ser básico si se quiere llamar la atención, se dijo de nuevo, mientras movía la cabellera, que ya no tenía brillo, pero si era abundante, -si tuviera dinero me lo cortaba, pensó, pero solo contaba con dos pesos.
Al empezar a cepillar el cabello su mente se te fue muy, pero muy atrás en el tiempo, cuando iba a la secundaria y su mamá le hacía una gruesa trenza que le daba debajo de la cintura, era el orgullo de mamá, sobre todo cuando la llevaba a la escuela, parecía que crecía al caminar junto a su hija y que las vecinas le chulearan la gruesa trenza, aunque en la escuela fuera diferente, porque decían las compañeras -cabello a la cintura naca segura.
Ella se despeinaba en la hora del recreo, se hacía un chongo en la coronilla y se metía una pluma o lápiz para que se detuviera, así hasta la hora de la salida, en que su amiga Brenda le rehacía la trenza para que llegara a casa casi igual que al entrar, así únicamente tenía que escuchar a mamá decir: -¿Mira que pelos? parece que anduviste de chiva loca por toda la escuela.
Un ladrido de perros, alguna discusión en la calle la sacó de sus pensamientos, justo cuando terminó de arreglarse.
Ya estaba lista, si no fuera por esos zapatos viejos que estaba todos desgastados en la punta, rotos de la suela y con ese jodido clavito en el talón que insistía en salirse a pesar que ya le había pegado hasta con la piedra con que atracaba la puerta.
De frente al espejo se admiró mientras sonaba en la mano sus dos pesos en una mano y en la otra el cepillo.
-Bueno, ya me vestí de puta, estoy dispuesta a lo que sea, con tal de ganar dinero, se dijo en voz alta, pero casi le sale una carcajada.
-¿Y ahora, qué hago, reparto tarjetas, le digo a mis vecinos, me pongo un letrero?
-Que pendeja soy, ni para puta sirvo, se dijo, cuando escuchó lo toquídos en la puerta de madera.
¿Quién es? Preguntó, aunque esto era de más, porque de sobra sabía ella y quien tocaba que con solo empujar un poco cedería la piedra que le ponía detrás.
-Soy yo pendeja, se escuchó desde fuera y su cuerpo tembló, quería correr, esconderse salir por otro lado, negarse, pero ya el visitante empujaba y entraba como si fuera su casa, en brazos llevaba a la pequeña Emita, hija de ambos.  Al verla vestida de esa manera él se quedó sin palabras.
Cuando reaccionó le gritó -Que chingaos estas haciendo, te la pasas jugando, por eso no tienes dinero, a ver para qué te pintaste de payaso y esa ropa que acaso vas a pedir limosna.
Las palabras le cayeron como filosos cuchillos, no era la primera vez que Aurelio, el papá de su hija, la insultaba, menospreciaba o atacaba a golpes, pero no esta vez, que había tomado una decisión.
Entonces se le encaró, lo miró a los ojos y le espetó en la cara:
-Mira pendejo a mi no me vuelves a insultar, el dejó a la niña en la cama y apretó  el puño, bien sabía que como otras veces ella terminaría por pedir perdón.
Ya saboreaba el olor a sangre y los lloriqueos de su ahora ex mujer. No imaginó que de algún lugar ella había sacado valor.
Cuando Aurelio volteo solo percibió un bulto que se estrellaba contra su rostro, trastabillo y cayó de espalda contra el ropero mientras su mirada se hacía borrosa, otro golpe se estrelló contra su brazo, porque en un instinto de defensa lo levantó y el siguiente golpe no le dio en la cabeza a donde iba dirigido.
Como pudo se puso de pie, solo para mirar que Emma estaba de pie frente a él con la piedra de la puerta en la mano. Instintivamente su mano buscó algo y aunque se hizo algunos cortes, por el espejo roto, tomó una hoja filosa y le hizo frente.
El siguiente encontronazo fue mortal, ella no atinó a darle en la cabeza, lo miraba a los ojos cuando sintió algo caliente que brotaba de su pecho, sus ojos se abrieron enormes, no entendía qué pasaba.
Él tampoco supo como fue, solo que al empujar el vidrio este se hundió como en mantequilla y de pronto ya tenía su puño lleno de la sangre de ella. Emma poco a poco se fue cayendo entre sus brazos hasta quedar en el piso.
Asustado por lo ocurrido se limpió la sangre en la abundante cabellera de ella, tomó a su hija y salió del cuarto.